Precios, ofertas, gustos, tiempo disponible y habilidades culinarias son algunas de las variables que los consumidores manejan a la hora de elegir qué alimentos comprar. Pero ciertas enfermedades o el deseo de comer mejor también influyen en esta tarea cotidiana.
Para informar al consumidor sobre las propiedades de un producto alimenticio, desde 2006 el rotulado nutricional es obligatorio para prácticamente todos los alimentos envasados. Según detalla la ANMAT, debe declarar el contenido de carbohidratos, proteínas, grasas, fibra y sodio, entre otros nutrientes. Pero, a casi diez años de esta norma, ¿qué tan útil les resulta a los compradores? ¿Cómo pueden usar esta información para decidir con qué llenan el carro del supermercado?
«La etiqueta es imprescindible, intenta dar información fehaciente al consumidor; pero, según mi criterio, es más útil para los expertos, para los comunicadores o para compradores muy críticos y educados. En general, el consumidor común no la lee y, si lo hace, no la comprende», opina Mónica Katz, médica especialista en Nutrición y directora de la Especialización en Obesidad de la Universidad Favaloro. También señala que, por ese motivo, hoy se busca simplificarlas. «Pero aún no se encontró una alternativa acertada», afirma.
Desde su perspectiva, las personas con hipertensión, antecedentes cardiovasculares, diabetes u otras enfermedades están más motivadas y entrenadas para leer la información que necesitan sobre contenido de sodio, nivel de grasas saturadas, colesterol o azúcares agregados. Además, Katz nota un avance en favor de aquellos con intolerancia al gluten: «Por la ley del celíaco, las etiquetas tienen información clara y bastante precisa, y las personas pueden saber si el producto es para ellas». Gracias, en parte, a la orientación de los profesionales de la salud, estos compradores aprenden a descartar los datos excesivos o confusos que figuran en los envases. Pero, si se lo proponen y averiguan, más consumidores podrán lograrlo.
En las etiquetas, la información nutricional está referida a una determinada cantidad del producto. «Lo primero que el consumidor tendría que leer es a qué llama el fabricante porción», aconseja Silvio Schraier, médico asociado de la Sección Nutrición del Servicio de Clínica Médica del Hospital Italiano de Buenos Aires. Y recalca que este dato no es una recomendación: «El que decide si come esa cantidad es el consumidor». Cuando las porciones de dos alimentos similares coinciden, el resto de los datos de la etiqueta serán directamente comparables. Algunos rótulos también incluyen valores correspondientes a 100 gramos; esto facilita la evaluación si las porciones son distintas.
El Ministerio de Salud de la Nación recomienda leer las etiquetas para elegir los productos que tengan menor cantidad de grasas saturadas, trans y colesterol. Es importante recordar que este último no se encuentra en los alimentos de origen vegetal, a menos que se les haya agregado grasa animal. «Uno puede asumir que la Argentina está libre de grasas trans», agrega Schraier. Pero, como algunos productores –sobre todo, los más chicos– pueden no haberse ajustado aún a la norma, aclara que el contenido debe estar informado en esos casos.
Quienes necesitan o quieren reducir la ingesta de sodio deben prestar más atención a los alimentos procesados, muchos de los cuales se preparan, incluso, sin sal.
Es un nutriente que también hay que considerar al optar por las conservas. «Aunque el producto sea dulce, tiene sodio. Pero puede disminuirse si se lava el contenido de las latas», aclara Schraier.
«Lo óptimo es comprar frutas y verduras de estación, y luego las frescas, que estuvieron en cámara», recomienda Katz. Pero, sin demonizar, agrega: «Incluir todas las opciones del mercado es una alternativa para quienes no tenemos mucho tiempo. Esto incluye tanto congelados como enlatados». Schraier coincide en «no renegar de esos productos», ya que permiten que ciertos alimentos estén disponibles fuera de temporada.
Sobre cómo elegir las comidas para incorporar minerales esenciales, el especialista recomienda conocer las fuentes principales que los proporcionan. Por ejemplo, las carnes son más ricas en hierro que las lentejas o la espinaca, y el calcio se obtiene fundamentalmente de los lácteos. «Los humanos necesitamos 60 nutrientes empaquetados en diferentes alimentos. Quienes hacen dietas muy acotadas tienen que leer muy bien la información para ver qué ingieren y qué les falta», advierte Katz.
«Básicamente, para comer saludable yo evitaría los excesos, no el consumo», agrega. Y aclara que, si se ingieren porciones controladas, toda comida o bebida puede ser parte de una alimentación habitual si el patrón global es sano y se equilibra con actividad física. «Incluir lo que me encanta permite que adhiera a ese tipo de alimentación para siempre. El placer es el eje de las decisiones; y la salud no es solo biológica, sino también emocional», asevera.
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