“No temas porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”
(Isaías 43.1b)
Todavía no había sonado la primera campana cuando Tip llegó a la escuela con paso firme. Estaba comenzando el otoño. Había resuelto concurrir ordenadamente durante todo el año; nunca antes lo había conseguido. La escuela era una de las mejores, concurrían toda clase de alumnos, buenos y no tan buenos.
—Oh, Tip —dijo Beto—, ¿cómo estás amigo?
Beto desconocía el cambio que había experimentado su compañero de andanzas. Tip, al verlo, comenzó a inquietarse, pensando que Beto lo iba a tentar, ya que juntos habían hecho muchas fechorías.
Tocó la campana, y los chicos, empujándose, entraron al aula ocupando sus asientos. Beto, según su costumbre, se sentó junto a Tip, aunque él sólo venía a clase dos días a la semana y, después del mediodía, se escapaban juntos del aula.
Llegó el pastor y comenzó el estudio de la Biblia. Aunque Tip nunca le había dado importancia a la palabra de Dios, las circunstancias habían cambiado para él, ya que ahora tenía su propia Biblia. Pero… ¿tendría la valentía de usarla? ¿Qué pensarían sus compañeros? ¿Qué le dirían? Y él… ¿qué les iba a contestar? Se le ocurrió comenzar a usarla al día siguiente, pero, avergonzado por su actitud dudosa, se decidió y con firmeza sacó su Biblia y comenzó a dar vueltas sus páginas.
—Epa… ¿y cuándo te robaste una Biblia y te volviste santo?
Las mejillas de Tip se encendieron y sintió que había comenzado su lucha. Pero encontró el lugar que estaban leyendo en la Biblia y pudo acompañar a los cincuenta alumnos. La voz de Tip sobresalía y trató de bajar el tono.
—“Le pusieron un manto rojo y le colocaron una corona de espinas”.
Beto trató de susurrar palabras sin sentido, con mala intención, hasta que terminaron de leer el párrafo bíblico.
El corazón de Tip se había conmovido con las palabras que recordaban el sufrimiento de Jesús al dar su vida para salvarlo. Con todo su ser seguía el relato del pastor, aunque Beto lo molestaba tironeándole el pelo y pisándole los pies.
Finalmente, el pastor terminó su reflexión y el maestro comenzó a dar la clase.
Tip se dio cuenta de que no era fácil estudiar. Esa mañana le resultó muy difícil resolver sus cuentas. Trataba, pero no podía, mientras Bob a su lado se divertía por eso. Tip se molestó con su compañero y, enojado, le dijo:
—Mira, si sigues así, te tiro por la ventana.
—Eduardo Lewis, está reprendido por hablar en clase. Veo que sigues con tus malas costumbres.
El corazón de Tip se aceleró y pensó: “¡Qué equivocado que está el maestro!”. Él no había empezado con sus antiguas costumbres. Sólo Dios y él conocían los deseos de cambiar su actitud. ¡Con qué dolor escuchó estas palabras injustas! Bajó su cabeza y se le llenaron los ojos de lágrimas. Entonces, Beto le susurró: “Pobrecito Tip”.
Tip comenzó a pensar que el diablo trataba de ponerle obstáculos. Se dio vuelta y observó a dos compañeros resolviendo sus tareas de matemática en silencio, sin que nadie los molestara. ¡Qué bueno sería para él estudiar con ellos! Al fin, después de intentar resolver las cuentas varias veces, pudo terminarlas.
En el recreo, Tip comenzó a caminar solo, pensando cómo podría hacer para superarse. Pero él ignoraba que, por la tarde, le esperaba otra mala experiencia.
En el aula, Beto había comenzado a preparar bolitas de papel con la intención de arrojarlas en cualquier dirección. Mientras otros compañeros se sumaban al juego, comenzó la “batalla de las pelotitas”.
—Si encuentro a alguien arrojando estos papelitos, los voy a disciplinar –dijo el maestro. Justo en ese momento, le cayó una sobre su cabeza. Algunos alumnos se rieron; otros se pusieron serios, ya que el señor Boock cumplía siempre con su palabra.
—¿Quién tiró la pelotita? —Todos quedaron en silencio, nadie respondió. El maestro le preguntó al hijo del pastor.
—Eliseo, ¿tú sabes quién tiró la pelotita?
Este le respondió:
—Sí, maestro, fue Tip Lewis.
Esto resultó tremendo para el acusado, quien se puso rápidamente de pie asegurando: —Yo no fui, ¡Crea que no fui maestro!
—Siéntate —le contestó el maestro y agregó—; Eliseo, ¿tú viste cuando la tiró?
—Sí, lo vi.
Entonces el maestro obligó a Tip a pasar adelante y le dio una severa reprimenda. Luego Tip regresó a su banco mientras las duras palabras del maestro le seguían retumbando en sus oídos.
—Maestro, le aseguro que yo no tiré la pelotita —continuaba repitiendo. El pobre Tip sabía que nadie creería en sus palabras. Justo ahora que había decidido cambiar.
Qué triste y turbado volvió a su casa, estaba enojado por lo que le habían hecho sus compañeros, sobre todo, Eliseo.
Por otro lado, el maestro quedó impresionado y comentó con sus colegas.
—Veo que Tip no reacciona burlonamente como antes cuando lo reto, ahora se pone triste.
En el camino de vuelta a casa, Tip sintió que Satanás le susurraba en su interior:
—¿Viste? Es inútil, tú no has cambiado. Aunque hace tiempo que lo estás intentando, creyendo que Dios te escucha, ¿hoy te ayudó? Se lo pediste, pero no lo hizo. —Las malas ideas atormentaban a Tip:
—Nadie espera que seas bueno —continuaba diciendo la voz.
Pero Tip comenzó a escuchar a otra voz que le decía:
—Aunque las cosas sucedieron así, Jesús te ama, es tu amigo y te está guiando en tu camino. Si ahora no consideran que estés cambiando, pronto lo notarán. No olvides que tienes una lámpara que te ilumina, es la Biblia. ¿Por qué no la has usado?
“No, no puedo ser cristiano”, pensaba Tip. “Siento odio por mis compañeros y por el maestro”.
Satanás continuó diciéndole:
—Vuelve a tu casa, abandona esa luz y tus ideas de cambio. Tú eres un desafortunado, estás perdido. ¿Cómo esperas que Jesús te crea?
Pero Tip comenzó a abrir la palabra de Dios y se sorprendió al leer: “No temas porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú” (Isaías 43:1). En ese momento los ojos de Tip se iluminaron, su corazón desanimado y cansado recibió aliento. Jesús lo llamaba por su nombre, y eso le produjo gran emoción, lágrimas de agradecimiento caían por sus mejillas. Mirando a su alrededor, no vio a nadie; y, junto a su árbol favorito, se arrodilló y oró al Señor.
Entonces el tentador desapareció, y Tip, lleno de alegría, sintió que había resultado vencedor.
Todavía recuerdo el sentir de las manos de mi madre sosteniendo el pequeño libro de Tip Lewis y su lámpara, mientras lo leía junto a mis hermanos.
Después de muchos años, lo encontré entre los libros en armenio. Tuve el deseo de leerlo, pues algunos de sus pasajes habían quedado guardados en mi interior; sobre todo, me impactó la transformación que el personaje había experimentado en su vida.
Su tan inspirada autora lo escribió en inglés en los Estados Unidos. Fue traducido del inglés al armenio en Constantinopla (Estambul) y editado en 1890 para ser utilizado por muchos misioneros evangélicos en los orfanatos que se establecieron para socorrer a miles de niños armenios. Este es el ejemplar que llegó a mis manos.
Su historia me toca muy de cerca porque mis padres nacieron en Armenia, primer país del mundo que aceptó el cristianismo como religión oficial. Pero, rodeados por los turcos del Imperio Otomano, fueron sus víctimas inocentes en el primer genocidio del siglo XX, en el cual asesinaron a 1.500.000 armenios.
Mi padre quedó huérfano a los tres años de vida, junto a miles de niños como él; pero fueron bendecidos por misioneros que los protegieron (…).
En cuanto a mi madre, huérfana de padre, también por el genocidio, se preparó en el Líbano para ser maestra. Junto a mi abuela y a mis tías viudas, buscaron una tierra de paz, arribando así a la Argentina. En su precario equipaje hizo lugar al pequeño libro de Tip, cuya lectura más tarde disfrutamos en familia, junto a mis padres.
Creo, sin duda, que la historia de este libro puede ser un valioso modelo de discipulado espiritual para la formación de niños y adolescentes en estos tiempos tan difíciles.
Porque su nombre –nomeolvides– tiene el mismo significado en todos los idiomas, esta flor fue elegida como símbolo de las conmemoraciones del centenario del Genocidio Armenio. Y, junto con ella, se adoptó la consigna “Recuerdo y reclamo”. “Este es un lema individualizado y orientado a cada uno de nosotros, para que recordemos la historia de nuestras familias en la tragedia soportada y, en ese contexto, transmitamos nuestra demanda a todo el mundo”, explicó Vikén Sarkissian, jefe de los asesores del Presidente armenio.
El punto negro en el centro de la flor recuerda el Genocidio, y sus pétalos de color púrpura, la unidad de los armenios alrededor del mundo. Esos pétalos son cinco en honor a los continentes donde los inmigrantes encontraron refugio después de la tragedia y donde crearon la gran diáspora armenia. Como señal de luz, creatividad y esperanza, se eligió el tono amarillo para los doce trapezoides que arman la figura y que simbolizan los pilares del Dzidzernagapert, monumento al Genocidio construido entre 1965 y 1967 en Ereván, la ciudad capital de Armenia. Allí se encuentra la llama votiva que representa a todos los mártires que estarán eternamente en el corazón de la historia de ese país.
La imagen gráfica de tan distintiva representación fue desarrollada por la compañía Sharm, según lo informó Sarkissian. La flor fue seleccionada entre decenas de propuestas recibidas por la comisión del 100° aniversario. Desde entonces, la nomeolvides está presente en todos los actos comunitarios, así como en avisos, afiches y otros elementos alusivos.
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