«Permítanme empezar con un comentario bastante pesimista. Espero que termine siendo una reflexión liberadora», anticipa el economista y teórico social Jeremy Rifkin al iniciar su conferencia «La tercera revolución industrial: una economía colaborativa radicalmente nueva». Sin rodeos, resume luego el problema: el PBI está disminuyendo en todos los países porque también lo ha hecho la productividad durante los últimos 20 años. Las tasas de desempleo son globalmente elevadas y afectan, sobre todo, a los millenials. Hacia las próximas dos décadas, el escenario no luce diferente.
Según el experto, asesor de la Unión Europea y de China, la mitad de la humanidad vive hoy mejor que las generaciones previas a la primera y segunda revolución industrial. Pero el 40% de las personas ganan, a lo sumo, dos dólares. La industrialización benefició a unos en detrimento de otros y generó enormes inequidades. «Hay algo disfuncional en cómo las familias humanas establecen sus relaciones económicas en este planeta –infiere–. Estamos en una crisis económica de larga data».
Sin embargo, no es la única señal de alerta: la segunda revolución industrial provocó una crisis medioambiental aún más grave porque hemos emitido masivamente a la atmósfera gases de efecto invernadero, cuya principal consecuencia es el calentamiento global. «No es más una teoría, no es una amenaza creciente, no es algo que sucederá pronto. El cambio climático está aquí», advierte Rifkin, que se define «aterrado» por esta cuestión.
Entonces, para superar ambas crisis, asegura que necesitamos una nueva visión económica del mundo y un plan de acción inmediato para implementarla en todos los países, estén más o menos industrializados. «Para tener alguna posibilidad de frenar lo peor de este cambio climático, deberemos prescindir del carbono en cuatro décadas», pronostica. Y, como le respondió a Angela Merkel cuando ella le solicitó asesoramiento para que Alemania creciera durante su gobierno, no es posible prever crecimiento y productividad si se sigue por el camino actual.
Rifkin propone mirar hacia atrás y reflexionar sobre cómo sucedieron los grandes cambios de paradigma económico y, por ende, social. Según explica, en todos los casos se desarrollaron primero tres tecnologías que luego confluyeron en lo que los ingenieros llaman «una plataforma para una tecnología de utilidad general». En otras palabras, una nueva infraestructura. Tales avances mejoraron la eficiencia de procesos relacionados con la actividad económica:
Las revoluciones industriales son dos ejemplos. Antes de la primera, en Inglaterra, hubo un hito en las comunicaciones: la imprenta de vapor, que permitió la difusión masiva y barata de copias, seguida del telégrafo. Ambas tecnologías se juntaron luego con una fuente energética completamente nueva: el carbón. Para obtenerlo y transportarlo, se inventó luego el motor de vapor, que al tiempo se colocó sobre rieles y dio origen al transporte ferroviario. En la segunda revolución, en los EE. UU., coincidieron el teléfono, y más tarde la radio y la TV, con la electricidad centralizada y con otra fuente de energía que hasta entonces no se había explotado: el petróleo. Poco después, aparecieron autos, ómnibus, camiones.
Pero el pico de esta revolución, que nos condujo al siglo XX, se produjo en julio de 2008, cuando el precio del crudo alcanzó el récord máximo de 147 dólares en los mercados mundiales. La economía global se hundió, y le siguió el peor derrumbe financiero desde la Gran Depresión. Energía, materiales de construcción, productos farmacéuticos, fibra sintética, transporte… Hoy casi todo se fabrica o mueve a partir de combustibles fósiles. Con ciclos de aumento y disminución del precio del petróleo desde entonces, vivimos en el ocaso de la actual era industrial.
En 25 años, hemos hecho madurar la Internet y digitalizamos la comunicación. Esa red coexiste ahora con una incipiente «internet» de energías renovables, también digitalizada, y con una «internet» del transporte –terrestre, aéreo, marítimo y fluvial– que se vale de los GPS, está automatizada y muy pronto prescindirá de los conductores. Confluyen así en una «superinternet» para proporcionar energía, gestionarla y mover la vida económica. Es una nueva plataforma, llamada «la internet de las cosas».
«Este sistema será ubicuo hacia 2030 y conectará todo», vaticina Rifkin. La tercera revolución industrial nos equipara. Permitirá a todo el planeta, con muy bajo costo, interactuar de modo directo y transversal, sin jerarquías ni intermediarios ni verticalismo, como hasta ahora. «La plataforma está diseñada para ser distributiva, en vez de centralizada. Funciona de modo óptimo cuando es abierta y colaborativa. Y los beneficios se alcanzan cuanta más y más gente se una a la red y contribuya con su talento», enfatiza el economista. Es un cambio de conciencia, de conducta, de gobernanza, de impacto ambiental. Lo compartido le gana el lugar a la propiedad privada.
Por eso, con ironía, Rifkin dice que los millenials no deben de haber leído a Adam Smith, considerado el padre del capitalismo, quien postuló que cada individuo persigue su propio interés y que, de ese modo, aun sin haberse propuesto el bien común, la sociedad mejora. Claramente, no se adecua a la comunidad de Wikipedia, que, sin fines de lucro, aporta gratis su talento al subir información con el único objetivo de crear y compartir el saber. Rifkin reconoce que él jamás habría pensado que semejante iniciativa funcionaría.
Y no es la única: millones de personas están produciendo e intercambiando bienes virtuales al margen de los mercados sin costo marginal, lo que alteró completamente ciertas industrias, como la de la música. Se puede grabar una canción o un disco en casa con calidad de estudio y enviarlos también sin costo a cualquier parte del mundo. En el ámbito editorial y periodístico, sucedieron transformaciones similares.
Incluso, millones de usuarios ya producen su propia energía renovable, solar, eólica o geotérmica, y la comparten con un costo muy bajo o nulo. Rifkin cuenta que, en Alemania, los usuarios pequeños se unieron para formar cooperativas eléctricas y están creando más del 90% de la energía. Para esto, se necesitan miles de pequeños operadores que actúen desde donde están. Es necesario captar el sol en todas partes en pequeñas cantidades. Las cooperativas van escalando y se unen formando un sistema de redes.
Con este esquema, Alemania usará exclusivamente energía renovable hacia 2040. Y China invirtió 82.000 millones de dólares en cuatro años para digitalizar su red eléctrica, para que millones de usuarios produzcan energía solar y eólica en sus comunidades y la compartan en la internet de energía. Rifkin anticipa que será el modelo global en 15 o 20 años.
Y para entonces, a medida que pasemos también en masa a los autos compartidos y sin conductor, se reducirá a cero el costo marginal del transporte. Es probable que eliminemos así el 80% de los vehículos del mundo –la tercera fuente global de emisiones de gases de efecto invernadero– en las próximas dos generaciones porque los millenials, sus hijos y nietos no quieren ni querrán tener autos. Y los medios que aún circulen serán eléctricos.
Ha surgido sobre estos pilares la economía colaborativa, el primer nuevo sistema económico desde el capitalismo y el socialismo en el siglo XIX. «Es un hito importante y ya está sucediendo», destaca Rifkin, aunque cree que el capitalismo no desaparecerá. «Hacia 2050 tendremos dos sistemas maduros: pasaremos una parte del día en el mercado, produciendo y vendiendo unos a otros con un margen de beneficios, y la otra en la economía colaborativa, más allá del mercado, produciendo libremente bienes y servicios los unos para los otros», anuncia.
Además, está convencido de que, gracias a la tercera revolución industrial, prescindiremos del carbono en tres décadas. Asimismo, dos generaciones tendrán asegurado el empleo masivo porque implementarla involucra a todos los sectores y requiere personas de todos los niveles de capacitación para construir esta infraestructura inteligente. «Los robots no lo harán», asevera. Y en 15 o 20 años, todos, incluso los que menos ganen, estarán conectados a la internet de las cosas por su bajo costo. Eso sí, será necesario garantizar el acceso igualitario a la red y la seguridad de la información que se recaba permanentemente, ya que también podrá usarse con fines políticos y monopólicos, con riesgo de filtración de datos, cibercrimen y ciberterrorismo.
«No soy ingenuo. Creo que lo que les he contado es un gran desafío», aclara Rifkin. Pero abre el debate con optimismo: «Tengo esperanza porque los seres humanos somos las criaturas más sociales de este planeta».
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